viernes, 28 de octubre de 2016

Amiga

Me voy quedando solo
con el paso de tantos años,
con el paso de tantos daños.
Siempre me amaste,
en los años de inocencia ya te había reconocido
por el pálido rostro,
las manos desnudas
y el aliento helado
que mis venas helaba.
A ti me has abocado,
terca usurera de mis horas,
a ti me he condenado.
Que el aire se hace mi entraña,
que la sombra se vierte en mi sangre,
que la memoria se estanca en mi pecho.
Cuanto más lejos, menos camino recorro.
He vuelto a los mismos pasillos,
estancias, jardines y patios.
Cuánto más te huyo, más te hallo,
cuánto más te grito, más me callo.

El suelo

El suelo es duro bajo los pies.
No tardes en recorrer la arboleda,
en la senda tranquila de tardes marchitas.
No mires atrás que ya es tarde.
¿Qué sueños persigues ahora
rebuscando en viejos cajones
henchidos de vaho?.
No puedo seguir en este instante,
antes debo expirar mis pecados.
Observa atento el sol tras los chopos,
la ladera cubierta de musgo
y los cerros.
Si pudiera respirar de nuevo
aquel aroma del otoño,
sentir los brazos de la brisa
helándome los huesos.
Con un solo soplo de aquellos días
bebería feliz los últimos tragos de un golpe.
Que se me va el alma, que me duele esta mañana
penosa y triste como un duelo.
Levanta, que no puedes cerrar el tiempo.
Un día podrás ser alguien nuevo,
que cuando llegue no te halle muerto. 

La partida

Me siento bañado de toda tu belleza
que salpica mi cuarto cuando me amas
y parece como si el sol se derramara,
tras la tormenta, en mil perlas doradas.
Hasta mí llegan tus palabras colgadas de un hilo,
en diminutas gotas de nácar
que se sacuden traviesas y alegres
entre mis dedos como destellos de luna.
Me hablas de hermosos jardines
plantados de racimos violetas y aromas marinos,
me hablas de arenas doradas y crepúsculos de fuego
como hogueras de almas prendidas del cielo.
Me nombras una isla diminuta
en medio de un océano de silencio,
bañada por mares de esmeraldas
y de frutas prohibidas sembrada.
Partiré entonces, antes que llegue el invierno,
con mi alforja de flores y fresas henchida,
los ojos limpios bañados en cristales,
dejaré los caminos regados de sueños,
partiré allá, donde me guíen tus señales.

Espejos

Hay un espejo en mi cuarto,
el sol de las tardes dibuja
guirnaldas de colores en el suelo.
A veces contemplo reflejarse mi rostro
y no estoy seguro de saber a quién veo.
Parece que visitara un horizonte distante
donde la noche cautiva dos negras lunas,
negras como pozos sombríos.
Llegan hasta mí todos los lamentos
por todos los niños que han ido muriendo.
Hay un espejo en mi alma
a salvo de las lluvias del invierno
y adonde acude la aurora a escondidas
a bañarse de agua y de flores.
A veces me asomo a sus aguas tranquilas
y no dejo de asombrarme de todo lo que veo.
Parece que contemplara mi misma sonrisa
regando de lirios todos los senderos.
Y escucho atónito todos los cantos
que brotan y crecen de tu corazón sereno. 
Hay dos espejos amándose,
dos jazmines ebrios
que se reflejan, sorprendidos
de un amor que creían muerto.

jueves, 27 de octubre de 2016

Llévame

Quiero perderme para siempre entre tus brazos,
entre promesas de mañanas de primavera
radiantes como la mirada de un niño.
Quiero que me arranques de las entrañas
las hierbas podridas que se enredan
en mi alma como telas de araña.
Quiero que me rescates de esta soledad,
fría como una lápida,
triste como todo olvido.
Ven, mi amada, vestida de fiesta,
de lavanda y jazmines perfumada,
dime todas las palabras bellas que inventas
en todas las tardes de primavera.
Ven y dame el calor con tu mirada
que me quite este hielo clavado en lo más vivo.
Ven con besos de fresa y de agua,
secretos tesoros de citas inventadas,
silencios eternos donde duerma mi alma.
Amor, milagro, pradera de lirios,
estanque tranquilo y hoguera de casa,
llévate lejos mis historias blanquecinas
regadas de veneno y de ortigas sembradas.
Quiero olvidarme de todo en tus brazos,
de lo que he sido y de lo que no pude,
de todo lo que he olvidado para no sangrar sin respiro.
Ven, amada, amor, enamorada,
aurora frágil, lirio y agua temprana.
Llévame atado a tus brazos y en tu mirada,
hasta morirme de gozo entre tus brasas.

Hacia ti

Puedo sentir cada latido como un estallido,
puedo pensar que soy y sentir que pienso.
Estoy vivo, vivo y ardiendo como lava
que en río de brasas se apaga en tu playa.
Ya nada tiene sentido si no pienso que existes
pura y viva y enorme como un espacio infinito.
Albergue para el viajero,
fuente para el cultivo,
acudo a tus brazos como un náufrago
en busca de un rincón seguro.
Átame a tus pasos tranquilos,
alójame en el seno de tu casa,
como se acoge al peregrino.
Perdóname mis miedos y
perdona todos mis silencios,
repletos de mí mismo.
Ciérrame las heridas con el roce de tus dedos,
enséñame las estrellas, las noches claras,
el brillo de un reflejo en el campo de tu cabello.
Llévame a través de inviernos fríos
como témpanos de hielo
a esa hoguera que brota de tus ojos sedientos.
Dame el vaso, déjame beber el licor
dulce de tus besos, quiero
dormirme en tus brazos,
dormirme saciado y ebrio.

Distancia

Verónica busca la luna en sus noches inmensas,
plagadas de olas de aromas lejanos
surcando el cielo estrellado y, mientras,
suena la hora más larga y sombría.
Y yo, como cada mañana pálida y vacía
no encuentro ni rastro de una palabra
que me lleve de nuevo de esta celda fría
hasta el refugio de una playa perdida. 
Como cada mañana, penetro a oscuras
en el salón dormido y tenebroso,
donde la ventana está de luto
y parece negarme cualquier destino.
Busco sin remedio cualquier señal invisible,
una huella dejada por la aurora
que me confirme mis sueños febriles
y me confine en mis fantasías de sueño. 
Como cada mañana, me siento perdido
entre todas las cosas que eran mías,
y que ahora resulta que no poseía,
y me miran extrañas como si fuera un ausente.
Y Verónica recoge temprano su alma
como quién atrapa en un racimo de estrellas
todas las horas de miradas perdidas y ciegas
para guardarlas como un rubí junto al pecho. 

Y de pronto la vida galopa salvaje por tu pradera
y los rostros sonríen extraños
y la lluvia se detiene y lamenta
no haber nacido entre ambas manos. 

La alfombra

Las flores rojas y verdes están descoloridas,
viejas de tanto corretear en brazos de los sueños.
Toda la casa está en calma, como un cementerio
al que el sol que muere despide de la faz de la tierra.
Sobre el aire estancado se han posado los recuerdos,
como una capa de polvo invisible que un rayo fugaz revela,
en un instante furtivo, en su reposo inquieto.
Observo atento cualquier signo que me atrape
y me lleve como un pájaro gigante a través del agujero,
a otras tardes de estufa, de frío, de lluvia de invierno.
Me observa el abuelo, tranquilo,
tan vivo que me habla en silencio,
de sus sueños de niño,
de sus angustias y de todos sus secretos.
Duermen los libros, de viejos
parecen una fila triste de enfermos.
Sobre la mesa vetusta descubro atónito la foto,
los rostros diminutos de ojos como faros altivos,
dos rostros casi extraños, anegados de tiempo, perdidos,
caras de niños riendo ante un mundo desconocido.
Cierro callado la puerta sin ruido,
vuelvo mis pasos al mundo que late
en gritos, carreras, risas diminutas
de otra realidad que sin consciencia vivo.

miércoles, 26 de octubre de 2016

Cenizas

Me vas guiando por pasadizos olvidados
a otros lugares que creía perdidos.
Como un viajero atónito
acudo a citas de palabras veladas
que callan todo cuanto deseo decirte.
Vuelve un latido tenue,
como un río agotado renacido,
que dibuja de nuevo la sonrisa inquieta,
la luz temblorosa en la mirada.
No puedo más que imaginarte,
tal vez con la misma sonrisa ahora
que juega tras cada palabra que escribo,
tal vez en idéntica mesa
sembrada de parecidas esperanzas.
Hemos amueblado las paredes de la casa
con los mismos rostros vacíos,
vaciamos los marcos de plata
hasta olvidarnos de nuestros nombres.
Y ahora irrumpes de pronto,
surges de la nada como una aparición
que dibujo a mi imagen,
leve, nerviosa, menuda y hambrienta.
No deseo que la realidad te empañe,
tan sólo aspiro a perder el sentido
como cualquier navegante
que cruza el límite de su destino. 

Mentiras

Sabes que me lo callo todo,
como un pozo, como fría piedra.
Todo en mí entra y muere
en laberintos de todas las cosas.
He llorado en silencio más lágrimas
que recuerdos recuerdo.
Alguna vez asomé la mirada pidiendo un deseo.
La vergüenza me retiene como una amante celosa.
Sabes que me lo hablo todo,
como sin querer, pero queriendo.
Y no busco a Dios ni a Dios espero,
que hablo por no volverme
sordo y mudo y loco inocente.
Sabes que transito como un invitado,
sin rozar las cortinas, ni los muebles,
en pos del rincón olvidado,
viajero austero, el equipaje en mis manos.
Sabes que lo comprendo todo,
como el adivino, o como el mago,
lo veo, lo veo todo claro
menos las lágrimas invisibles
y otras soledades y otros desengaños.
Nunca abro los aposentos vacíos,
¿de verdad que lo sabes?

Paisaje

Brisa de sal, sol blanquecino, gaviotas.
Estoy sentado al borde de las rocas,
sobre el mar.
Ante mí se extiende la luz azulada rizada en blancas manos
de espuma y de aire.
Estoy solo.
Me enfrento a un horizonte borrado,
a un paisaje tan puro que ni mis sombras lo empañan.
Mi alma se extiende como el mar, se acuesta y descansa
mecida por el vaivén de susurros, murmullos y caricias del tiempo.
Mis manos mecen el aire. Me vuelo con el ave blanca
que se achica a lo lejos en su danza concéntrica.
Este es mi paraíso secreto.
La casa de nubes y cielo.
Hace mucho tiempo, huimos juntos para rodearnos de besos.
El cielo y tus ojos ardían de deseos.
Pero ahora el paisaje me sonríe a mí solo.
El manto de hierba busca solo mis huellas.
La calma, el reposo del tiempo, me llama sin estorbos.
Esta es mi casa, mi Arcadia, mi destino secreto.
Estoy sentado al borde de las rocas,
sobre el mar de mis recuerdos.  

La grúa

A veces mis recuerdos parpadean y parecen invitarme,
son como todas las dudas, y juegan al escondite con mi pasado.
Siempre es lo mismo aquello que más tememos,
porque somos nosotros los que aparecemos
en el reflejo del tiempo detenido como un juego.
A veces soy bueno, como entonces, cuando era un dios
crecido de los abismos de tus sueños infantiles.
Nunca seré como entonces, ni para ti ni para nadie.
Algo se pierde entre las manos, como un río de arena
que cosquillea entre los dedos mientras nos dice adiós.
Aquel lamento que te ataba a mis pasos en silencio,
el débil hilo de plata que tejimos desde la ventana,
hasta los celos extraños que se reían del espacio que creaba
el tiempo en infinitos segundos de diminutos cristales,
ya se ha roto sin estrépito, sin que ni lo viéramos,
o acaso queriéndolo sin remedio.
Parece que han pasado vidas incontables a cada día pasado.
Aún pregunto a las grúas para qué siguen girando
y si la misma que se asoma a mi ventana te llevará
los recuerdos de un juego, un libro y nuestra cama.

Somos nuestra misma carga

Somos nuestra misma carga,
la piedra en el calzado la he puesto adrede,
la rama seca he sido yo quien la ha cortado.
Tropiezo siempre con las mismas puertas,
cerradas siempre por mi misma mano.
Junto a la alambrada he sellado el paso,
y miro por las rendijas la luz de la mañana,
extraña compañera de años olvidados,
de risas que rebotan hasta agotarse.
Somos como un tiburón hambriento,
como la tormenta, como una sombra.
La ola que terca se abate,
siempre la misma, sobre la roca
es el agua de nuestra memoria.
Silencio, silencio. Que se despierta.
Guardemos las llaves del cielo,
nada más lejos que esa nube,
nada, salvo tú, tan cierto.

¡Qué hermoso...

¡Qué hermoso fue ver el mundo a través de tus ojos!,
y sentir que la risa dependía del chasquido de tus dedos.
¡Qué lejos quedan ya aquellas tardes
donde lo más urgente era ser felices,
al menos por un instante,
y ese instante era la vida entera!

Amanece

El campo se extiende como una sima sombría.
El campo no existe. Salvo en su inmenso silencio.
Silencio que devora mis oídos hasta ocupar
su sitio en medio de mi alma.
Las alas de escarcha aletean entre mis manos.
Me encojo entre las rocas tocado de sueño e infancia.
A lo lejos, tal vez mi mano la alcance,
una mano infantil colorea la nada.
El silencio se quiebra en lamentos distantes.
El árbol nace aún sombra y la sombra muere
entre llamas heladas de incierta constancia.
Me abriga el rocío con un brillo de vidrio.
Siento el frío en torno a mí, en cada rama muerta,
en medio del camino.
El tiempo, apenas un segundo antes dormido
en la cuna de estrellas del firmamento,
parece saltar, poseso, y a lomos del horizonte
policromo y frágil me recuerda que estoy despierto.

Anochece

La luz se desvanece, 
como un suspiro de brasa.
En el horizonte brilla el último rayo divino.
Las gentes se agitan, en su rutina
monótona, como hojas sacudidas por el viento.
Un niño persigue sus sueños,
que se elevan con un rastro amarillo.
Pronto, muy pronto, el ruido será olvido.
Olvido el brillo del estanque.
Las madres, olvido.
Sobre los bancos se posará la sombra,
como una fila de ancianas de luto.
Las ventanas se vestirán de luz amarilla,
obscena mirada al vacío.
Ayer murió, mis propios ojos fueron testigos.
Sobre el estanque la plata será un lamento perdido.
La luz se olvida, se pierde,
casi todo es olvido. 

martes, 25 de octubre de 2016

Tres

Tengo tres pequeños milagros,
que crecen libres entre risas y llantos.
Tres alas, tan inquietas, que me acobardan.
Tres breves recuerdos de un tiempo ya lejano,
de algo que intentó ser y murió sin llegar a serlo.
Los vientos del otoño soplaban tan fríos...
Tengo tres recuerdos, tres corazones,
tres secretos.
Uno vino con el misterio de todo lo nuevo,
recuerdo aún sus ojos clavándoseme en el centro.
El siguiente chillaba en la noche extraña,
despertando a la luna en su cuna nublada.
Y al fin, el tercero. El más angustiado de todos.
Un pequeño milagro de todo lo perfecto.
Tengo tres duendes traviesos,
revolución de todas las normas,
amores puros y sinceros.
Tres pequeñas historias de instantes secretos,
de risas sin cuento, de mundos de misterio.
Nunca sabréis, mis pobres caritas de cielo,
cuánto os siento.

Mi alma

Mi alma, mi voz callada, secreta que me escucha y me conmueve y me desvela mis cicatrices de primaveras erradas. Mi niña, mi creciente p...