lunes, 6 de febrero de 2017

De silencio

Este silencio es tuyo;
como lo es también la música y las olas.
Quisiera recorrerte palabra a palabra,
construyéndote.
Pero este silencio es mío también,
labrado con la mirada perdida
girando en remolinos absurdos
sobre todas las cosas que pierdo,
queriéndolas.
Quiero vivir en medio de este silencio
como vive el viento en la cima de las montañas.
Sentir las nubes corriendo
y el agua corriendo
en sus pequeños riachuelos
de lechos hechos de piedras blancas.
Quiero sentir este silencio,
en medio de la mañana sin destino,
para hacerlo dueño de mis pensamientos,
cuando el recuerdo de la niña
asomada a mi ventana
se junte con la noche cerrada.
Entonces las sombras,
con los ojos cerrados las recuerdo mejor,
estarán vigilando en lo alto del mástil
- banderas negras, banderas-
como ancianos ciegos.

La hora

Es la hora
Es la hora de mirarnos de frente.
Hemos de desvestirnos
de tantas ropas y de tantas historias.
Es el momento de mirarte a los ojos,
aunque me quede ciego.
Hay que recoger las velas
y afrontar lo que se avecina.
Si son las sombras,
ya estoy de luto vestido.
Ya nada me espanta.
Venid y llevadme ya a ese reino
sombrío que me atrapa. 
Si, por el contrario, he de ser testigo
de un cambio repentino
entonces aún guardo abundantes lágrimas para ese momento.
Será la ocasión de compartirlas contigo...
si llegase ese momento.
Pero mi alma hace años que no cree en milagros.
Se ha ido apagando,
arrugada de ancianidad y ausencia de agua.
Hasta ti se elevaba en un sueño.
Hasta ti se elevaba. 

Escribo

De todo y de nada escribo,
en hojas sueltas,
en suspiros.
Algunas veces encuentro tu belleza
y otras dolor
por no desvelar tu rostro
que se confunde con las nieblas.
Y se arrastran las palabras,
diminutas como monedas,
hasta que las pierdo,
todas,
en un ovillo de silencios
y en el devenir eterno de las horas.

viernes, 13 de enero de 2017

Estás tú

Estás tú,
presente,
y estoy yo
buscándote,
y entre ambos
componemos una bonita
sinfonía.
Está la noche,
y la soledad anunciada
y los lamentos
por lo que no pasa,
y las ganas…
Y tú mirada cúbica
y mi alma trágica.
Están los días
que caducan
y todas mis miradas,
como de gato,
y sedientas.
Y la arena.
Y entre tú y yo
un mar de estrellas.

Azul y vuelo

Te elevas ligera como una pluma,
y te pierdes en el infinito azul de la tarde.
Huyo detrás, persiguiéndote
entonces,
pero te escapas,
apresurada y torpe,
con la risa y la prisa de infancia
amarradas a ti
y me dejas en esta orilla,
agitándome como un junco,
mientras sigo tu vuelo,
azul,
con esta mirada como de noche,
alma mía,
hasta el fondo pardo de sus ojos.

Adormecido

Me adormezco, como las tardes de otoño,
entre olas de grises y gotas de rocío.
Tal es la nostalgia que me anida,
recorriendo todos los rincones,
llenando esquinas, sellando los vanos,
mientras escucho la lluvia
contra las ventanas
en este estanque que adormece el alma. 

Por los resquicios

Por los resquicios de puertas y ventanas,
en pequeñas dosis de fragancias rancias,
entre hilos de luz finos como finas telas de araña
se filtra la vida, o algo que se le asemeja. 

Tu voz

¿A dónde me llevaba tu voz,
erguida ante mí, barroca y policroma, como una virgen dorada,
alegre como un río saltando entre las piedras?
Esa voz, que me invadió insolente y nerviosa,
como quién abre un baúl y desvela un tesoro,
acudiendo a mí en una cita inventada,
como un niño deslumbrado por las mil estrellas de la noche.
A ella acudía, con ella reposaba en las tardes vacías,
en ella se agotaban y morían todas mis pesadillas,
como niebla que el sol acuchilla y abre
en hilos de plata sobre el río oscuro. 
Tu voz, como un collar infinito,
delgada y suave como el viento entre tus cabellos,
voz con sabor a sal y voz de casa.
Esa voz que me cerró todas las puertas,
sin caricias, sin besos y casi sin lágrimas.
Yo no tenía tu rostro quebrado
ni la melancolía de una mirada.
Tan solo tu voz tenía.
Tu voz como el destello de un cuchillo,
o como el canto de las campanas.
Tu voz y su luto profundo.
A paladas, día tras día,
tus palabras de sepulturero,
de esa voz, tan lejana y tan mía,
que se hizo verdugo,
eran guadaña y eran mi entierro.

Llantos y desencantos

Debería ser sensato y utilizar mi energía
en la banalidad que me rige cada día
en lugar de buscar quimeras en paraísos lejanos.
Pero tengo en mi torpeza una extraña aliada
que me embarca tozuda en aventuras
de las que conozco de antemano todas las heridas.
Tercamente golpeo mi corazón contra las piedras
con renovado coraje
y entre tanto dolor alcanzo a veces
una gota de vida que, como extraviada,
se apiada de mis labios cuarteados
para permitirme soñar con el manantial originario. 
Pero qué le vamos a hacer, destino,
si tengo un alma inquieta
que se rebela contra el ritmo que señalan todas las saetas
y se entrega voraz a escuchar cualquier romance, historia o aventura
que la levante del charco en que sestea. 
Mi alma es pequeñita, como el cuerpo que la alberga,
e infantil y muy ingenua.
Y tiene la manía de teñir todo cuanto la rodea
de extraños colores que ella misma se inventa.
Y luego me toca a mí lamerle las heridas,
porque la pobre no aguanta ni un asalto
y regresa siempre dolorida
y jurándome que a partir de entonces se andará con más cuidados.
¡Cómo si no la conociera! 
Pero es persuasiva y me ciega
con sus relatos escritos en el lomo de las primaveras.
Y me convence, o tal vez es que convencerme ansío,
de que a la próxima vez nos tocará a nosotros la ladera de solana,
el oasis, la playa tranquila y la noche compartida y eterna.
Y entonces me vuelvo agua, como ella,
y la dejo fluir a su antojo por versos y por praderas.
Y disfruto como un niño con su risa cascabelera
y su mirada volada hacia las cumbres y hacia las estrellas.
¿Cómo no ver entonces en unos ojos oscuros el consuelo a todas mis penas?,
¿cómo no rendirme a cualquier tierna promesa?,
¿cómo evitar el vértigo o las noches en vela?,
¿cómo no cerrar los oídos a toda música que no sea la que me canta ella? 
Y es entonces, perdida toda mesura y todo apego
a esta tierra que me aterra,
cuando me digo que al fin he encontrado el alma gemela,
que no puedo renunciar a nada ni cejar en la pelea,
que todo lo que he penado ha valido al fin la pena.
Porque sin ella no quiero encontrarle sentido
ni a mi vida ni a ninguna espera.
Se inflan pues todas las velas
y me yergo junto al timón decidido
a hacer frente a todas las tormentas.
Pero no es esta una historia feliz.
Siempre algo se me tuerce.
Cuando menos se espera salta la liebre,
dice el refrán.
Por eso me encuentro siempre frente a un papel virgen,
solo, mirando hacia la montaña que me saluda coronada de nubes,
preguntándome cuan dura será esta vez la caída del alma. 
Y vienen otras noches en vela,
pero ya no placenteras.
Y ríos de tinta y de sangre. Y las calaveras.
Pero sé que esto no tiene remedio porque yo nunca aprendo.
La única solución es regalar mi alma
a cualquiera que a cuidarla acceda.
Aunque una vez sin alma,
dudo que a mi cuerpo
cualquier desgracia afligirle pueda. 

Frío

Estaba helado,
atravesado por los hielos de acero.
Estaba en el centro de la nada,
gritando mi soledad a los vientos
y ninguna voz conocida que me llegara.
Hablaba como un profeta
o como un loco que desvariaba,
sobre la vida, sobre la muerte,
sobre un hombre anciano, sobre nada.
Entonces te llegó mi voz,
arrastrándose, quebrada,
tú cogiste todos los pedazos
y reconociste algo parecido a tu alma.

jueves, 5 de enero de 2017

El último

Todo está mal, ¡todo cuanto hago!
Vivo en un mundo que detesto y que me atrapa
en algo a lo que llamo vida,
pero que hace tiempo que languidece,
como una barca varada en una playa en invierno.
Mis pasos ya no me pertenecen,
me llevan, como por raíles invisibles,
a esa rutina en que nado más mal que bien.
¡Cuantas veces he sentido que cualquier ola,
aún las más insignificantes, podría llevarme a los abismos!
Y mientras las horas se suceden,
como si lloviera tras los cristales la misma interminable lluvia silenciosa,
se que mi alma aspira a otras realidades. 
Pero me siento encerrado. Me han cazado los horarios,
las necesidades y las deudas.
Me han atrapado estas esquinas y estas medias palabras
en que nos han encerrado, cuando nos robaron los sueños y los juegos.
Quisiera escapar, deslizarme hacia la locura
o hacia otras realidades inventadas,
pero cada vez me fallan más las fuerzas.
Solamente en las palabras diminutas encuentro consuelo
(de quince en quince días, con sus noches).
Te llamo en cada instante, con cada respiración ahogada te llamo,
en cada palabra que se me atraganta, en ese gesto que jamás llegarás a ver.
Siempre te llamo.
Pero no me escuchas.
Estás frente a mí y mis palabras parecen llegarte y morir en ti,
pero no te alcanzan.
Y hasta tú esperas de mí algo distinto
o, tal vez, no esperas nada y eso quizá sea lo más desolador.
No me mires más como miramos a la gente que se nos acerca,
sonríe y a veces muere en los rayos del sol, desapareciendo.
No te fijes en la arruga de mi frente ni en mis manos.
No repares en el color de mi pelo o en la voz que quisiera ser viento y agua. 
No soy eso. En el fondo ya no quiero ser nada de eso.
Soy el último. Soy ese que aún no ha llegado a ninguna parte.
Sombra, humo. La pereza y la constancia.
La mirada de sorpresa y la angustia en la mirada.
Soy el más cobarde de todos y el más loco.
He desafiado a la cordura y siempre salgo perdiendo
porque mi alma no se contenta con ser dichosa. 
Soy lágrima y soy vacío.
Sombras inmensas, más inmensas que la noche extendiéndose sobre el mar infinito.
Soy una estrella temblando en medio de la nada.
Soy el pozo abarrotado de los ecos de lo que fueron canciones y confidencias.
Soy el recuerdo descarnado; soy aquel que entierra y el que añora.
Soy aquel que hace penitencia y ya no reza,
porque ha extraviado toda su fe, salvo en ti. 
¿En ti?, ¿pero quién eres tú?
Concibo tu alma como mía cuando ni siquiera
he respirado junto a ti ni el aroma de un atardecer.
Eres parte de mi propia alma porque ella te moldea a su imagen y semejanza
y como ella eres agua y tiemblas como las gotas de rocío en las ramas. 
Pero no eres tú, no lo eres.
Porque tú estás ahí, perpleja.
Eres la distancia, el silencio cerrado,
la que se ha asomado a mi precipicio
y ha sentido el vértigo de la nada que me circunda.
Porque tú deberías ser el agua y el aroma;
el color del calor recorriendo mis venas. Vida.
Pero eres la sangre que se agolpa, el vahído, la caída al abismo.
Eres esa palabra que hiere, orgullosa y certera, cruel.
Eres un beso helado.
La razón desnuda se ha encaramado a tu mirada,
en esos ojos que se me clavan
porque sé que jamás se detendrán en mi mirada,
pasajeros sin dueño en huída de todo cuanto deseo.
Y sin embargo te quiero… porque lo quiero.
Porque cuando cierres la puerta, tan pronto y tan cierto,
un poquito más me habré muerto. 

Agua

Todo cuanto poseo lo he esparcido delante de mis ojos.
Todo cuanto poseo cabe en mi mano.
Todo cuanto poseo me advierte
que de nada soy el dueño. 
Hasta mis sueños se me deshacen en las manos.
Me han robado hasta mis ilusiones. 
Un viaje..., un encuentro... ¡nada más!
Se borran los contornos y me sumerjo
en esta niebla informe que cubre mi alma
de restos de naufragios.
Hace frío de repente.
Parece que me hubiera quedado
con este traje de huesos vacío
y soplara el céfiro
arrancando lamentos a mi alma. 

Me han dejado las cuencas de agua
y el alma de agua
y la memoria intacta
para recorrer los pasillos y contemplar todos los retratos
en que se ha convertido mi pasado.
Delante de mí...agua. 

Vacío en invierno

Invierno
en las aceras, en cada esquina,
en la desnudez obscena de las ramas,
en los silencios y en mi alma.
Invierno en las mañanas
envueltas en bruma,
en este mar gris y blanco
de las playas desiertas. 
Invierno frente al faro,
más solitario que nunca,
testigo de la furia nocturna
que barre el cielo de estrellas.
Como gotas heladas pendiendo en los tejados,
los minutos se alargan
en medio de una nada blanca y cristalina,
sin huellas. 
Invierno sin tiempo,
como una sábana inmensa
que todo lo abarca
con su gélido aliento.
Invierno como destino
escrito en mi mano,
doliendo,
invierno en los cementerios. 

Y lluvia, espejos corriendo en las calles,
ríos junto a las aceras,
ecos y llantos huecos.
Invierno perpetuo.

El filo de la navaja

Caminas por el filo de una navaja
como un equilibrista...
con el miedo pegado a la piel
y sin mirar hacia abajo.
Te balanceas como la hoja en la rama
y el viento te besa
y el viento te arranca
y ya no tienes control sobre nada. 
¡Cómo anhelas otras tardes!,
otros soles, otros campos,
olores casi olvidados
que te recuerdan que fuiste bueno.
Todos mendigamos algo,
suplicamos ser escuchados.
Tú quieres ser tu verdad
en los oídos y en los labios. 
Y cada noche, cuando otros rezan a sus dioses,
cuentas los segundos
como si alguien pudiera apiadarse de tu alma
mientras la sombra se ciñe a tus entrañas.
Llenas de objetos la casa
y tus bolsillos siempre están llenos,
pero no puedes llenar tu alma
más que de recuerdos. 

Y así transcurren las horas
y un mes gris que se muere
en el quicio de tu puerta
dejará paso al próximo invierno.

Picoteando

Al fondo de mi alma
gotean los recuerdos
y tú, y tú, y tú
picoteando en ellos.

Caían las horas

Y caían las horas a nuestros pies,
pisoteadas, como hojas mustias,
pues todo era eterno, todo fugaz tal vez,
hasta el siguiente momento.

Eternidad en una gota

Eternidad, en el brillo que de una gota,
traspasada por un leve hilo del sol gris del invierno,
arranca el rayo en un último suspiro.
A nada más quisiera aspirar.
Si pudiera contentarme con tan poco...
Sentir, en un instante, que he alcanzado el destino,
que lo más hermoso dura lo que dura un segundo.
Y conservar la memoria intacta,
el parpadeo, el susurro, sin lamentos.

Alas

La tarde se ha posado en mi ventana
como si fuera un pájaro blanco
y me canta el paso de las horas
sin querer detenerme a medirlas.
Hoy la tarde me ha dejado un rayo blanco
golpeando contra el cristal sus alas de espuma,
en la calma de una tarde blanca de nube
que promete regresar eternamente. 
Ante mis ojos vuelan una, dos, tres mariposas
que vibran como la risa, como los cascabeles
cantan en sus volteretas de colores
mientras cuento los segundos a manos llenas.
¡Encantadora de mariposas!, blancas como esta tarde
detenida en medio de la nada, suspendida
entre las sombras sobre el río
como una inmensa mariposa blanca. 

Y comienzo a acostumbrarme a tu rostro,
a esa media sonrisa,
a esta media vida.
Caen las palabras sin ruido,
una, dos, tres, como suspiros,
mariposas blancas de alas de brisa,
como gotas de rocío.

En fuga

Sigues en fuga, en huída constante
de mí, de ti, de nadie.
Te escapas como el aire,
como granos de arena entre mis manos,
como las olas, huyes
y a veces te acercas y parece que te atrapo
y creas la ilusión, el espejismo, el instante
breve como un parpadeo, como un alegre aleteo transparente,
repleto con el silencio de las sombras.
Y mientras tanto, me rodeo tan solo de vacío.
Solo, me encuentro solo,
como un faro en la tormenta,
como un difunto.
Soy un grito sordo, un banco abandonado en la madrugada,
un ermitaño, un hombre de otro tiempo
extraviado, sin ningún lugar a donde huir,
un paria, errante, un desterrado
sin ningún lugar al que llamar casa,
sin ninguna meta.
Soy brisa o niebla o cometa.
Me siento ante la mesa, bebiendo un café amargo
mientras las risas del mundo cambian de acera
para no contagiarse de mi fracaso.
Y mañana, de nuevo, escucharé de tus labios
palabras en las que ya no creo,
y me imaginaré que son ciertas
puesto que así lo deseo.
Casi llegaré a esbozar una sonrisa
y casi llegaré a sentir que te quiero.

Campos de infancia

Campos de infancia.
Aún recuerdo. Tengo fotografías.
Todo aquello ha muerto.
El ramo en el jarrón
sembrando el suelo de color.
Y la brisa sacudiendo la cortina
como la mano del cielo,
suave, tierna, amante.
Cierro los ojos y me arrastran,
como a una balsa en el río,
cien recuerdos nerviosos
como calambres,
y las voces que juntas,
como un coro,
me llevan en brazos
a otra realidad que se muere
y me pierde y me hiere.
Tardes cálidas frente a mi inocencia,
sábados de lluvia,
de invierno, y la soledad
tejiendo su casa en mi alma
mientras se cierran las manos,
los ojos, los labios.
Han pasado años, inviernos
como lanzas, veneno
dulce y olvido y lamento.
Tardes olvidadas.
Un dibujo, la insistencia
de la lluvia en mi corazón.
Infancia perdida, nostalgia.
Manos vacías y frío en el alma.
Frío. Helando los huesos.
Y la mirada cansada, perdida.
¡Maldita esperanza!

Y aquí estoy

Y aquí estoy ahora, solo otra vez,
como si los años se hubiesen detenido,
como si mi imagen no hubiera cambiado
desde aquellos tiempos ya tan lejanos.
Mírame, después de todo,
puedes huir de lugares y de personas,
jamás de ti mismo.
Aún me acuerdo, vagamente, de ti,
aunque tú ya no seas la misma,
con todos nuestros sueños derrumbándose,
y el vacío creciendo entre nosotros
como el silencio en la noche cerrada,
como las sombras en mi alma.
Recuerdo que te abrí la puerta,
o quizá tan sólo la cerré tras de mí,
y huiste sin mirar atrás, sin querer contar los pasos,
como una nube que se arrastra hacia el horizonte.
Me quedé mirándome las manos,
como me las miro ahora,
intentando justificar cada arruga, cada grieta
que se ha ido incrustando en mi alma.
Aquí estoy, tras todos estos años.
Soy el mismo, más ausente, más cansado,
pero igual de frágil, igual de asustado.

La manzana

Se cayó de mi mano la manzana y rodó por el suelo.
En la noche, fuera, bajo el frío reflejo de la luna,
las sombras se estiraban y giraban y morían.
Tu rostro es una llamarada, una playa entre pinos, agua.
Y mi casa ya no existe. Vivo en medio de un vendaval,
con el frío asiéndose a mis huesos
como musgo sobre la piedra,
como una raíz apretando la tierra.
El silencio ha crecido hasta ocuparlo todo:
paredes, cajones, fotografías, rincones.
El silencio se vierte en mis oídos como veneno.
Ningún amigo ha sobrevivido a tanto abandono.
Echo los candados en cada puerta y en cada ventana,
me encierro, me acuesto, juego a algo que me derrota.
Y la manzana, inmóvil, espera tan solo las horas
que lentas y torpes irán haciendo su trabajo
como dedos blancos de luna y olvido.

Este otoño

Este otoño gris
de humo azul, de penumbras,
cristales quebrándose contra el silencio,
de tardes de nostalgia, de recuerdos,
de lamentos, de horas perdidas,
de cielos grises donde galopan
jirones de algodón desgarrados
que algún niño se inventa,
este otoño, igual casi a tantos otros,
ha nacido ya caduco, triste,
sin ninguna esperanza,
herido de muerte en sus entrañas.

Es el segundo

Es el segundo eterno, el segundo eternamente doloroso.
Y la tarde arrastra su melancolía.
Llueve tristeza a raudales y se hace carne de mis huesos,
y se hace mía como si sombra mía fuera.
De sombras el alma sembrada,
de sombras sembrando el alma mi mirada.
No hay victoria en nuestra historia, amor.
Vida breve, apresurada, fugaz
que casi es olvido al girar la cabeza.
¡Cuanta vida en unas horas robadas!
Que mi vida entera atesoras en ellas,
amor, amante, amada.

Hilos blancos

Hilos blancos
de finos fríos dedos
de noche, de escarcha.
El silencio gira en remolinos blancos
cargados de ausencias y miedos.
Has dejado mi hogar abierto
de par en par.
Y en cada rincón has plantado,
con tu mano,
ramos y ramos.
Hay en la brisa fuego
y hielo
y la sombra que se desliza:
el frío soplo del olvido. 

Dos gatos negros

Dos gatos negros al sol.
La tarde se agota aburrida. Triste.
Me duelen los pasos marchitos.
He dejado mi vida sembrada en las aceras.
Hacía tiempo que no presenciaba tanta soledad.
Has desaparecido un instante y eso ha bastado.
He tejido historias repetidas.
Me vuelvo y ahí está mi reflejo
desde la infancia hasta ahora, como de piedra.

La cena

Se ha hecho de noche casi sin querer.
La lluvia se ha marchado. Tan solo el viento
se resiste a dejar la noche en paz.
No es un viento de aquí, es un extraño:
cálido y lejano, como un relato de viajes.
Espero, observando la vida que se agita,
ignorándome, orgullosa de la sangre
que corre como espuma y risas en sus venas.
Os aguardo. Como sombras, vais entrando
al umbral de la realidad. Seréis carne
y voces y piel arrugada y mirada brillante
de alma que descubre la belleza
y aún es fuerte para despreciar el dolor.
Yo dejo de ser un rumor, un nombre,
hoja en blanco o el sonido de un poema.
Asisto encogido a un banquete al que he sido invitado.
Soy un privilegiado, el niño en su fiesta de cumpleaños.
Pero me ausento, me duermo y sólo veo pesadillas.
Os grito desde la orilla y estáis tan lejos...
Mi voz se rompe, como las olas contra las rocas,
en espuma que el viento desintegra en la noche.
A pesar de todo, aquí estoy,
entre compañeros heridos del mismo dolor,
sólo ella parece indemne, fuerte, a salvo.
Fuera, me espera la lluvia, que vuelve
para llenar de cristales las aceras
y recordarme que sigue siendo mi compañera.

Está llorando...

Está llorando un niño
y no hay consuelo para su llanto.
Un niño está llorando
sentado a la vera del camino.
Ve como pasa su vida
de largo, sin un reproche;
su vida que se escapa al galope
sangrando por todas las heridas. 
Ni lágrimas tiene bastantes
que los ojos le duelen de tanto
vaciarse en noches bañadas de espanto;
que sin lágrimas, llorarán sus ojos su sangre.

Un niño se está muriendo
de pena, de soledad y de pena.
Y la vida se le escapa, se eleva
en torbellinos de suspiros, al cielo. 

A ti acudo

A ti acudo buscando... ¿consuelo?,
o en busca de algo que se parezca a un amigo.
A ti, solitaria compañera esculpida de lágrimas,
volcada sobre mí para sorberme el alma.
Quisiera llenar la casa de voces.
Y pensar que he sido expulsado del ruido...
En la puerta tengo la maleta,
quisiera quemarla con todo mi mundo
que revolotea como un enjambre de vampiros
sediento de daños y lágrimas y de historias baratas
que ver crepitar a la luz de la luna en medio de la nada.
Quisiera asomarme a la ventana y verte
sola, inmensa, devorándome con la mirada,
creando tan solo caricias para mí,
riéndome, soltando el barco hasta verlo desaparecer,
cerrándome los párpados,
cosiéndome los labios.
No tengo a donde ir.
Por eso he regresado. Conozco este camino.
Aquí he venido a morir miles de veces,
continúo sin aprenderme la lección.
Espero que exista algo más grande esta vez
que no pueda deshacer entre mis manos
como espuma, arena, viento. Desencanto.

En la noche

Lanzaba un guijarro al cristal sereno,
para romper la luna en una bandada de pájaros negros.
El silencio se aprestaba a devorar el eco,
inmenso guardián del reposo del tiempo.
Y ahí estás tú, pasajera del sueño, cálida, en mi lecho.
Te miro, me aprendo el ritmo lento de tu aliento,
soy el vigía, celoso del destello del alba
que quebrará, sin remedio, el espejismo que ilumina mi cama.

Confidencias

Llegaste en silencio, como la niebla,
como una mariposa traviesa,
extraña y callada, como en huida perpetua.
Rompiendo mis anhelos al roce de tu pelo,
te fui abriendo mis aposentos,
que uno a uno llenabas sin palabras,
hasta perderme en mis propios laberintos.
Me arrastraste a tu universo ignorado,
poblado de todos los sueños,
henchido y rebosante como el alba,
discreto y recóndito refugio de mi alma.
¿Fui yo quién no supe retenerte?,
¿mi corazón no te bastaba?
Terco porfié a tu lado
buscando, insensato, la palabra odiada,
quería el castigo, buscaba mi pena,
para poder tenerte siempre en penitencia.
Fuiste mi cita de cada septiembre,
mi esperanza vana, un secreto.
Y te fui perdiendo igual que llegaste,
como una hermosa mariposa inquieta,
melancólica y dulce guardiana de mi silencio.

Mi alma

Mi alma, mi voz callada, secreta que me escucha y me conmueve y me desvela mis cicatrices de primaveras erradas. Mi niña, mi creciente p...