Todo está mal, ¡todo cuanto hago!
Vivo en un mundo que detesto y que me atrapa
en algo a lo que llamo vida,
pero que hace tiempo que languidece,
como una barca varada en una playa en invierno.
Mis pasos ya no me pertenecen,
me llevan, como por raíles invisibles,
a esa rutina en que nado más mal que bien.
¡Cuantas veces he sentido que cualquier ola,
aún las más insignificantes, podría llevarme a los abismos!
Y mientras las horas se suceden,
como si lloviera tras los cristales la misma interminable lluvia silenciosa,
se que mi alma aspira a otras realidades.
Pero me siento encerrado. Me han cazado los horarios,
las necesidades y las deudas.
Me han atrapado estas esquinas y estas medias palabras
en que nos han encerrado, cuando nos robaron los sueños y los juegos.
Quisiera escapar, deslizarme hacia la locura
o hacia otras realidades inventadas,
pero cada vez me fallan más las fuerzas.
Solamente en las palabras diminutas encuentro consuelo
(de quince en quince días, con sus noches).
Te llamo en cada instante, con cada respiración ahogada te llamo,
en cada palabra que se me atraganta, en ese gesto que jamás llegarás a ver.
Siempre te llamo.
Pero no me escuchas.
Estás frente a mí y mis palabras parecen llegarte y morir en ti,
pero no te alcanzan.
Y hasta tú esperas de mí algo distinto
o, tal vez, no esperas nada y eso quizá sea lo más desolador.
No me mires más como miramos a la gente que se nos acerca,
sonríe y a veces muere en los rayos del sol, desapareciendo.
No te fijes en la arruga de mi frente ni en mis manos.
No repares en el color de mi pelo o en la voz que quisiera ser viento y agua.
No soy eso. En el fondo ya no quiero ser nada de eso.
Soy el último. Soy ese que aún no ha llegado a ninguna parte.
Sombra, humo. La pereza y la constancia.
La mirada de sorpresa y la angustia en la mirada.
Soy el más cobarde de todos y el más loco.
He desafiado a la cordura y siempre salgo perdiendo
porque mi alma no se contenta con ser dichosa.
Soy lágrima y soy vacío.
Sombras inmensas, más inmensas que la noche extendiéndose sobre el mar infinito.
Soy una estrella temblando en medio de la nada.
Soy el pozo abarrotado de los ecos de lo que fueron canciones y confidencias.
Soy el recuerdo descarnado; soy aquel que entierra y el que añora.
Soy aquel que hace penitencia y ya no reza,
porque ha extraviado toda su fe, salvo en ti.
¿En ti?, ¿pero quién eres tú?
Concibo tu alma como mía cuando ni siquiera
he respirado junto a ti ni el aroma de un atardecer.
Eres parte de mi propia alma porque ella te moldea a su imagen y semejanza
y como ella eres agua y tiemblas como las gotas de rocío en las ramas.
Pero no eres tú, no lo eres.
Porque tú estás ahí, perpleja.
Eres la distancia, el silencio cerrado,
la que se ha asomado a mi precipicio
y ha sentido el vértigo de la nada que me circunda.
Porque tú deberías ser el agua y el aroma;
el color del calor recorriendo mis venas. Vida.
Pero eres la sangre que se agolpa, el vahído, la caída al abismo.
Eres esa palabra que hiere, orgullosa y certera, cruel.
Eres un beso helado.
La razón desnuda se ha encaramado a tu mirada,
en esos ojos que se me clavan
porque sé que jamás se detendrán en mi mirada,
pasajeros sin dueño en huída de todo cuanto deseo.
Y sin embargo te quiero… porque lo quiero.
Porque cuando cierres la puerta, tan pronto y tan cierto,
un poquito más me habré muerto.